Justicia, lo que se dice justicia, es que lo devuelvan en sus 32 años
llenos de fútbol y literatura. Así, se cortaría de un tajo la lágrima
que cada día arruga a Giustino Di Celmo. Solo así, se hubiera borrado el dolor que no abandonó nunca a Ora Bassi en sus últimas estaciones.
Esto, ya se sabe, no es posible. Definitivamente a sus padres les arrancaron a “Fabiucho”, les apagaron la vida de Fabio Di Celmo con una explosión, pérfida, vil, alevosa, que zumba en los oídos, sacude el corazón, estremece los sentidos.
Ellos, Ora antes, Giustino aún, penaron, penan como nadie la traza
del acto terrorista, otro, aquel cuatro de septiembre de 1997, en el
Hotel Copacabana, uno de tres blancos elegidos entonces por la
mezquindad, por la vileza, para otra maniobra de mutilación contra Cuba,
para otro acto de cercenamiento contra los cubanos todos.
Como el joven italiano, como sus padres, también los trabajadores del
Hotel son víctimas de la bomba detonada por Raúl Ernesto Cruz León,
peón en una cadena de mando, según el propio ciudadano salvadoreño,
movida por Luis Posada Carriles, autor confeso del Crimen de Barbados.
Pasaron ya 17 años. Largos o cortos, según se mire. En definitiva,
caminos inesperados, historias, retraimientos, amores, vértigos,
atrevimientos que ya no se vivirán. Años que multiplicaron el
sufrimiento y, más, la impotencia por el crimen aún sin castigo pleno.
Y allí, donde de modo grotesco volvió a descargarse furia y se vomitó
un crimen cutre que sumió a millares de personas en un dolor sin
descripción posible; donde se erigió una tarja en memoria de Fabio, cada
fecha decenas de miradas, de silencios, de lealtades, retumban contra
los criminales y quienes con el mutismo protegen el magnicidio.
Es su manera de rescatarlo, de salvarlo, con mayor énfasis cada
cuatro de septiembre. Es el modo, más bien, de curarse un poco ellos,
los trabajadores del Copacabana, junto con otros familiares de víctimas
del terrorismo y el mismo Giustino, condenado como está a vivir con ese
desgarramiento.
Ellos, más los familiares de las muchas víctimas del terrorismo contra Cuba, el héroe Fernando González, Mirtha, la madre de Antonio Guerrero,
uno de los Cinco, se abrazaron hoy con Giustino para llorar sí, y
también para exigir justicia, aún si es imposible devolver a Fabio en
sus 32 años llenos de fútbol y literatura.
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